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El último que apague la luz

El último que apague la luz
El último que apague la luzlarazon

Víctor Nuñez Fernández

El cierre de las revistas Interviú y Tiempo, dos emblemas del periodismo español durante la transición y los primeros años de la democracia, ha caído como una bomba de nostalgia para todos los que amamos esta profesión. Más allá de los tópicos manejados estos días (“el cierre de un medio de comunicación siempre es una mala noticia”, “crónica de una muerte anunciada”....), y de los comentarios rijosos que siempre ha provocado la portada de Interviú, estos cierres suponen un drama. Su extinción debe servirnos como alerta de la terrible situación que vive el mundo del Periodismo. No se trata, únicamente, como también he leído/oído estos días de un asunto de adaptación a la transformación digital, ni tampoco se explica por la mala gestión económica (que seguro que ha influido) se trata, bajo mi punto de vista, de una crisis sistémica que amenaza al Periodismo, no solo a los Medios, pues sin empresas periodísticas sanas y solventes es difícil que haya buen Periodismo.

Vivimos tiempos en los que los Cuatro Jinetes del Apocalipsis periodístico cabalgan sin freno ante la pasividad de la ciudadanía, o más bien ante las masas. Eso es lo peor. Nos tratamos de convencer de que #SinPeriodismoNoHayDemocracia (al final todo queda en un hashtag), pero eso solo parece importarnos a los que nos dedicamos a esto y a los nostálgicos. Muchos medios (nativos y tradicionales) insisten en el papel transcendental de nuestra labor periodística, pero, sin embargo, sucumben al marasmo de la dictadura del click (click baiting, en términos marketinianos) y dedican al Periodismo de investigación cada vez menos recursos que van hacia el branded content (más marketing).

¿Qué fue antes? ¿la gallina pobretona de la crisis económica? ¿o el huevo duro de un público cada vez más distante? Ya sé que el cliente siempre tiene la razón (puerca mentira) y que conviene regalarle los oídos, a ser posible con regalos y caricias por el lomo, pero, quizá convenga decirles/decirnos la verdad, aunque duela (que diría el maestro Unamuno). Asumir que al público cada vez le importa menos el Periodismo de investigación y los contenidos elaborados y sesudos. Que a lo mejor no estamos “ante la generación mejor formada de la Historia” y que a los millenials les preocupan más las historias del Rubius y otros youtubers, los tuiteos de trolls y otros especímenes, que cualquier texto sesudo y, por tanto, “coñazo”. Quizá convenga dejar de engañarnos y ver que los medios ofrecen la alfalfa que el rebaño pide y tras esto, como casi tras cualquier problema social, no hay más que un problema de Educación. Sí, ese concepto tan bonito que se fragua en colegios y universidades y del que de vez en cuando se acuerdan los políticos, y del que también somos responsables las familias. Por favor, que el último apague la luz.